lunes, 6 de agosto de 2012

El Amor es más fuerte que la muerte.
 
Transcribo la historia tal cual la refiere mi buen amigo José María Lorenzo Amelibia, a quien se debe también la transcrispción del texto adjunto.
 
En 1993 el Padre Eransus tenía 84 años. Ya no tenia fuerzas para meterse a construir más monumentos. El de Artica había sido el último, y habían pasado 11 años. Pero seguía siendo un devoto y trabajador sacerdote, y en su retiro escribió su ultima obrita formal, un librito llamado "Testimonio? Y muy cualificado", acerca del martirio de un sacerdote cordobés , el padre Teodoro Martin Camacho, durante la guerra. Cerraba con él un bucle editorial de casi 50 años, pues su primera obra había tratado sobre el mismo caso. Al parecer le había impresionado vivamente durante la propia guerra, y tuvo siempre a ese sacerdote por modelo.
 
La portada es una preciosa foto de don Ambrosio junto al monumento, mirando hacia Artica, con la satisfacción de un padre ante su hijo.
 
Hacia agosto de 1994, sintiendo algunas molestias, acudió al medico y, tras las oportunas pruebas, pidió que se le dijera el diagnostico. Era un cáncer, y avanzado. Con su carácter de siempre, celebró misa a la comunidad de Esclavas de María, y les anuncio "Me han confirmado los médicos que tengo cáncer. Me queda poco para ir con Dios. Agradeced conmigo".

Habiéndose enterado de su enfermedad, recibió la visita de un grupo de vecinos de Castilblanco, quienes no olvidaban su labor en la villa extremeña aún en los mas duros trances.
 
Y uno de aquellos días escribió sus ultimas líneas, una breve hojita con su despedida y su más grande lección espiritual. La tituló "El amor es más fuerte que la muerte".Cuesta leerla sin sobrecogerse. La transcribo, reiterando el agradecimiento a José Mari por hacérmela conocer:
 
El Amor es más fuerte que la muerte

Ofrecimiento
A partir de ahora, y con el favor de Dios, los trabajos, las penas y los dolores serán el manjar de mi vida en la voluntad del Padre – Dios.
Jesús es el camino, es la verdad y es la vida. Él es la puerta de entrada a la casa del Reino eterno, puerta estrecha por la que hemos de pasar uno por uno sin otro bagaje que el de las obras que cada cual haya hecho en la vida. Allá no valdrán recomendaciones ni empujones. Es importante acertar con el camino que conduzca a la puerta, y la llave y el cerrojo de esa puerta será la cruz, llevada en Jesucristo. “Tome su cruz y sígame”.
Esta nuestra cruz será fraguada en el dolor. Es más fácil llevarla sobre el hombro que arrastrarse. Pero esta cruz tiene que ser aceptada; nunca rechazada. Esta cruz, llámese dolor o cáncer, es valedera para abrir la puerta. El hermano dolor, más que amigo, se hace hermano con toda la familia humana. Mi cruz, tu cruz es la cruz de Jesucristo: que Él no subió al madero para su salvación, sino para ti, para mí. ¡Mi cruz, tu cruz es la cruz de Jesucristo!
Ahora reflexiona: si tratas con cariño, con alegría y besas con amor el crucifijo… ¿Por qué no has de mirar y besar con cariño tu cruz, como al crucifijo; y lo mismo que la tuya, la del otro?
¡Loado sea Dios en el dolor y en el cáncer del hermano! En la hermana cruz, la humanidad conoce y experimenta en cada vida el dolor; sin embargo no encuentra, no entiende, no acepta el dolor como no sea a través de la cruz de Jesucristo inocente y paciente. No resulta fácil entender a San Pablo cuando dice: “Líbreme Dios de gloriarme en otra cosa que en Jesús crucificado…”, más que algunos blasfemos inconscientes, quienes en las catástrofes pretenden llevar a Dios al banquillo, sencillamente porque en la cruz está la salvación del hombre.
La cruz es la única llave que puede abrir la puerta del Cielo al hombre que fue pecador. Jesús en la cruz nos llama a la salvación. Es el camino a recorrer desde la cuna hasta el sepulcro. Este camino hay que aceptarlo porque es la verdad, que nos introduce por la puerta única del Cielo.
Aprecio y estima de la vida en gracia
La vida es el gran Don de Dios al hombre. El estado de gracia es la super – vida, que Dios regala al hombre, al que hizo a imagen y semejanza suya. La vida de gracia es algo así como la vida de Dios en el alma humana.
Horroriza pensar en el hombre de hoy sin respeto a la vida del hombre: las madres que asesinan a sus hijos, el terrorismo y tantos crímenes…
Si consideramos la vida en gracia de los hombres, salta a la vista ante todo el indiferentismo de tantos con relación a Dios Padre. No se estima ni valora la vida de Dios en las almas de tantos consagrados por el Bautismo. La gracia es marginada, sin considerar que Cristo en la cruz nos la adquirió al reconciliarnos con el Padre
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 Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.
Aquí estoy, Señor, cuando se acerca el otoño de mi vida, postrado en el lecho del dolor, con la piel arrugada como una hoja seca y el cuerpo cansino, pero con alegría y serenidad de espíritu y con la lámpara de la fe encendida.
Tú me has enviado la enfermedad que va minando mi ser y ha calado hasta los huesos. Es duro, muy duro, Señor, casi al límite de mis fuerzas, pero una y otra vez te digo. “Hágase tu voluntad…”, y me arrojo, me abandono en tus brazos de Padre con la seguridad de que nunca me negarás tu ayuda.
Tu cruz, con los brazos abiertos de par en par, con tu rostro sereno y gozoso anima mi espíritu y me colma de paz al pensar en tus palabras. “Venid a mí todos los que estáis cansados y Yo os aliviaré, porque mi cruz es suave y mi carga ligera…”
¡Cuántas veces, Tú lo sabes Señor, he recorrido caminos polvorientos detrás de la oveja perdida y le he ofrecido tu cruz como signo de perdón y de amistad! Me ha gustado ser el pregonero de tu amor, del Dios que siempre y para todos abre las puertas de su casa.
Tú sabes mejor que nadie mis andaduras y mis pasos: en días difíciles y duros he recorrido caminos para anunciar a los sencillos y a los pobres la grandeza de tu amor y les he ofrecido tu cruz, no como instrumento de martirio, sino como esperanza salvadora.
Y ahora, Señor, cuando sé que mis días están contados y experimento que el dolor va desmoronando poco a poco mi cuerpo, me agarro a tu cruz como esperanza salvadora. Quiero ofrecerte, Señor, con alegría gozosa ese recorrer contigo la vía dolorosas, porque así sufro en mi carne lo que falta a tu Pasión.
No te paso, Señor, factura de nada. Ya ves mi equipaje: mis manos vacías y las sandalias rotas y gastadas del camino, pero de un camino en el que por encima de todo he querido ser testigo fiel de tu amor y dispensador de tu perdón a manos llenas…
Señor, en este momento decisivo de mi vida, cuando veo entreabiertas las puertas de tu casa, te pido por todos los que he conocido y a quienes he querido de vedad, para que encuentren en Ti siempre al Padre acogedor, al amigo fiel que nunca falla y que tu cruz sea para ellos la esperanza salvadora.
Ábreme, Señor las puertas de tu casa que me siento cansado del camino, y dame el beso de paz, el beso del amigo.
La muerte
La muerte física, un acontecimiento rápido, un sprint acelerado en el camino de la vida eterna, a la llegada a la puerta de la casa del Padre.
Hemos nacido y necesariamente hemos de morir. ¿Cuándo, dónde y cómo ha de ser el paso de este túnel? Aunque incierta la hora y el modo, es seguro que a la salida de este túnel nos encontraremos con el Padre. Por eso, lejos de asustarnos la muerte, debemos esperarla con alegría, porque ¿quién no siente alegría al haber que a va a encontrase con su Padre?
El pensamiento de la muerte, lejos de ser un trauma para un creyente, debe hacernos estar atentos y vigilantes en postura de entrega desde la cuna hasta el sepulcro, porque este camino que todo el mundo ha de recorrer necesariamente, es el camino hacia el encuentro con Dios, con el Dios de los Mandamientos, que nos ha dado el precepto del Amor, a Él y al prójimo como a nosotros mismos, con ese Dios de los Sacramentos que nos ha puesto en el camino como fuentes de perdón, de entrega, de fuerza para hacer la ruta más llevadera, con ese Dios que quiere sepamos perdonar como Él nos perdona.
El examen al que Dios nos someterá ya lo sabemos de antemano; por eso es fácil llevarlo bien preparado: ¿Nuestro camino ha estado sembrado de amor y de perdón? ¿Hemos sido por encima de todo, incluso de la ley, testigos fieles del amor? ¿Han podido decir de nosotros, “Mirad cómo se aman”?
¡Cuántas veces hemos predicado: “Bienaventurados los que mueren en el Señor…”! Pero ¿entendemos realmente que son bienaventurados los que han vivido en el Señor siendo testigos de su amor, de su misericordia, de su perdón, de ese Dios que ha dicho: “En esto conocerá que sois mis discípulos en que os amáis como yo os he amado”. Ese encuentro es con Dios Padre, que te hizo en todo su ser corporal y espiritual.
En un accidente en el que me rompí un hueso de la pierna, pregunté a mi madre: “¿Cuántos huesos tengo?” Ella sonriente me contestó: “Si me hubieran llevado a estudiar, como yo a ti, te contestaría”. Entonces, le dije yo: ¿Cómo hiciste los huesos y los colocaste, la pupila, la retina, las orejas que perciben los sonidos? - Es Dios, no tú el que hace estas maravillas: tu entendimiento, tu voluntad, la facultad de retener y recordar, con el don de poder amar… En el cuerpo: unos ojos que ven, unos oídos que oyen, una lengua que expresa lo que piensa…
En este encuentro con Dios, al morir cada uno ha de presentar el libro abierto con el uso que haya hecho de esas cualidades espirituales y de los sentidos corporales, que no son nuestros sino de Dios. Nosotros somos sólo administradores. De ellos rendiremos cuentas a Dios: si los hemos usado bien o mal.
Ese Dios que nos juzgará sobre nuestros actos, nos da la luz que ilumina la oscuridad de nuestro camino, nos ofrece la belleza de nuestro firmamento tachonado de estrellas, el agua que nos purifica y da nueva vida... los alimentos, la creación entera… ha puesto a nuestro servicio.
En este encuentro con Dios al morir le podemos decir: Señor, he usado todo lo que hiciste para mí, he procurado rendir fruto bueno, quizá no lo he conseguido del todo, pero he procurado ser fiel a pesar de la debilidad humana, que muchas veces me ha hecho caer. ¡Gracias por toda obra creadora, Señor, que pusiste para que yo la usara!
Aquí estoy… ante Ti con el corazón abierto de par en par, sin ocultarte nada. Júzgame según tu amor e infinita misericordia, y acógeme para siempre contigo, Dame tu abrazo de paz y de amigo.
Ambrosio Eransus. septiembre 1994