El Amor es más fuerte que la muerte.
Transcribo la historia tal cual la refiere mi buen amigo José María Lorenzo Amelibia, a quien se debe también la transcrispción del texto adjunto.
En 1993 el Padre Eransus tenía 84 años. Ya no tenia fuerzas para meterse a construir más monumentos. El de Artica había sido el último, y habían pasado 11 años. Pero seguía siendo un devoto y trabajador sacerdote, y en su retiro escribió su ultima obrita formal, un librito llamado "Testimonio? Y muy cualificado", acerca del martirio de un sacerdote cordobés , el padre Teodoro Martin Camacho, durante la guerra. Cerraba con él un bucle editorial de casi 50 años, pues su primera obra había tratado sobre el mismo caso. Al parecer le había impresionado vivamente durante la propia guerra, y tuvo siempre a ese sacerdote por modelo.
La portada es una preciosa foto de don Ambrosio junto al monumento, mirando hacia Artica, con la satisfacción de un padre ante su hijo.
Hacia agosto de 1994, sintiendo algunas molestias, acudió al medico y, tras las oportunas pruebas, pidió que se le dijera el diagnostico. Era un cáncer, y avanzado. Con su carácter de siempre, celebró misa a la comunidad de Esclavas de María, y les anuncio "Me han confirmado los médicos que tengo cáncer. Me queda poco para ir con Dios. Agradeced conmigo".
Habiéndose enterado de su enfermedad, recibió la visita de un grupo de vecinos de Castilblanco, quienes no olvidaban su labor en la villa extremeña aún en los mas duros trances.
Habiéndose enterado de su enfermedad, recibió la visita de un grupo de vecinos de Castilblanco, quienes no olvidaban su labor en la villa extremeña aún en los mas duros trances.
Y uno de aquellos días escribió sus ultimas líneas, una breve hojita con su despedida y su más grande lección espiritual. La tituló "El amor es más fuerte que la muerte".Cuesta leerla sin sobrecogerse. La transcribo, reiterando el agradecimiento a José Mari por hacérmela conocer:
Ofrecimiento
A partir de ahora, y
con el favor de Dios, los trabajos, las penas y los dolores serán el manjar de
mi vida en la voluntad del Padre – Dios.
Jesús es el camino, es
la verdad y es la vida. Él es la puerta de entrada a la casa del Reino eterno,
puerta estrecha por la que hemos de pasar uno por uno sin otro bagaje que el de
las obras que cada cual haya hecho en la vida. Allá no valdrán recomendaciones
ni empujones. Es importante acertar con el camino que conduzca a la puerta, y
la llave y el cerrojo de esa puerta será la cruz, llevada en Jesucristo. “Tome
su cruz y sígame”.
Esta nuestra cruz será
fraguada en el dolor. Es más fácil llevarla sobre el hombro que arrastrarse.
Pero esta cruz tiene que ser aceptada; nunca rechazada. Esta cruz, llámese dolor
o cáncer, es valedera para abrir la puerta. El hermano dolor, más que amigo, se
hace hermano con toda la familia humana. Mi cruz, tu cruz es la cruz de
Jesucristo: que Él no subió al madero para su salvación, sino para ti, para mí.
¡Mi cruz, tu cruz es la cruz de Jesucristo!
Ahora reflexiona: si
tratas con cariño, con alegría y besas con amor el crucifijo… ¿Por qué no has
de mirar y besar con cariño tu cruz, como al crucifijo; y lo mismo que la tuya,
la del otro?
¡Loado sea Dios en el
dolor y en el cáncer del hermano! En la hermana cruz, la humanidad conoce y
experimenta en cada vida el dolor; sin embargo no encuentra, no entiende, no
acepta el dolor como no sea a través de la cruz de Jesucristo inocente y
paciente. No resulta fácil entender a San Pablo cuando dice: “Líbreme Dios de
gloriarme en otra cosa que en Jesús crucificado…”, más que algunos blasfemos
inconscientes, quienes en las catástrofes pretenden llevar a Dios al banquillo,
sencillamente porque en la cruz está la salvación del hombre.
La cruz es la única
llave que puede abrir la puerta del Cielo al hombre que fue pecador. Jesús en
la cruz nos llama a la salvación. Es el camino a recorrer desde la cuna hasta
el sepulcro. Este camino hay que aceptarlo porque es la verdad, que nos
introduce por la puerta única del Cielo.
Aprecio y estima de la
vida en gracia
La vida es el gran Don
de Dios al hombre. El estado de gracia es la super – vida, que Dios regala al
hombre, al que hizo a imagen y semejanza suya. La vida de gracia es algo así
como la vida de Dios en el alma humana.
Horroriza pensar en el
hombre de hoy sin respeto a la vida del hombre: las madres que asesinan a sus
hijos, el terrorismo y tantos crímenes…
Si consideramos la
vida en gracia de los hombres, salta a la vista ante todo el indiferentismo de
tantos con relación a Dios Padre. No se estima ni valora la vida de Dios en las
almas de tantos consagrados por el Bautismo. La gracia es marginada, sin
considerar que Cristo en la cruz nos la adquirió al reconciliarnos con el Padre
.
Tú lo sabes
todo, Tú sabes que te amo.
Aquí estoy, Señor,
cuando se acerca el otoño de mi vida, postrado en el lecho del dolor, con la
piel arrugada como una hoja seca y el cuerpo cansino, pero con alegría y
serenidad de espíritu y con la lámpara de la fe encendida.
Tú me has enviado la
enfermedad que va minando mi ser y ha calado hasta los huesos. Es duro, muy
duro, Señor, casi al límite de mis fuerzas, pero una y otra vez te digo.
“Hágase tu voluntad…”, y me arrojo, me abandono en tus brazos de Padre con la
seguridad de que nunca me negarás tu ayuda.
Tu cruz, con los
brazos abiertos de par en par, con tu rostro sereno y gozoso anima mi espíritu
y me colma de paz al pensar en tus palabras. “Venid a mí todos los que estáis
cansados y Yo os aliviaré, porque mi cruz es suave y mi carga ligera…”
¡Cuántas veces, Tú lo
sabes Señor, he recorrido caminos polvorientos detrás de la oveja perdida y le
he ofrecido tu cruz como signo de perdón y de amistad! Me ha gustado ser el
pregonero de tu amor, del Dios que siempre y para todos abre las puertas de su
casa.
Tú sabes mejor que
nadie mis andaduras y mis pasos: en días difíciles y duros he recorrido caminos
para anunciar a los sencillos y a los pobres la grandeza de tu amor y les he
ofrecido tu cruz, no como instrumento de martirio, sino como esperanza
salvadora.
Y ahora, Señor, cuando
sé que mis días están contados y experimento que el dolor va desmoronando poco
a poco mi cuerpo, me agarro a tu cruz como esperanza salvadora. Quiero
ofrecerte, Señor, con alegría gozosa ese recorrer contigo la vía dolorosas,
porque así sufro en mi carne lo que falta a tu Pasión.
No te paso, Señor,
factura de nada. Ya ves mi equipaje: mis manos vacías y las sandalias rotas y
gastadas del camino, pero de un camino en el que por encima de todo he querido
ser testigo fiel de tu amor y dispensador de tu perdón a manos llenas…
Señor, en este momento
decisivo de mi vida, cuando veo entreabiertas las puertas de tu casa, te pido
por todos los que he conocido y a quienes he querido de vedad, para que encuentren
en Ti siempre al Padre acogedor, al amigo fiel que nunca falla y que tu cruz
sea para ellos la esperanza salvadora.
Ábreme, Señor las
puertas de tu casa que me siento cansado del camino, y dame el beso de paz, el
beso del amigo.
La muerte
La muerte física, un
acontecimiento rápido, un sprint acelerado en el camino de la vida eterna, a la
llegada a la puerta de la casa del Padre.
Hemos nacido y
necesariamente hemos de morir. ¿Cuándo, dónde y cómo ha de ser el paso de este
túnel? Aunque incierta la hora y el modo, es seguro que a la salida de este
túnel nos encontraremos con el Padre. Por eso, lejos de asustarnos la muerte,
debemos esperarla con alegría, porque ¿quién no siente alegría al haber que a
va a encontrase con su Padre?
El pensamiento de la
muerte, lejos de ser un trauma para un creyente, debe hacernos estar atentos y
vigilantes en postura de entrega desde la cuna hasta el sepulcro, porque este
camino que todo el mundo ha de recorrer necesariamente, es el camino hacia el
encuentro con Dios, con el Dios de los Mandamientos, que nos ha dado el
precepto del Amor, a Él y al prójimo como a nosotros mismos, con ese Dios de
los Sacramentos que nos ha puesto en el camino como fuentes de perdón, de
entrega, de fuerza para hacer la ruta más llevadera, con ese Dios que quiere
sepamos perdonar como Él nos perdona.
El examen al que Dios
nos someterá ya lo sabemos de antemano; por eso es fácil llevarlo bien
preparado: ¿Nuestro camino ha estado sembrado de amor y de perdón? ¿Hemos sido
por encima de todo, incluso de la ley, testigos fieles del amor? ¿Han podido
decir de nosotros, “Mirad cómo se aman”?
¡Cuántas veces hemos
predicado: “Bienaventurados los que mueren en el Señor…”! Pero ¿entendemos
realmente que son bienaventurados los que han vivido en el Señor siendo
testigos de su amor, de su misericordia, de su perdón, de ese Dios que ha
dicho: “En esto conocerá que sois mis discípulos en que os amáis como yo os he
amado”. Ese encuentro es con Dios Padre, que te hizo en todo su ser corporal y
espiritual.
En un accidente en el
que me rompí un hueso de la pierna, pregunté a mi madre: “¿Cuántos huesos
tengo?” Ella sonriente me contestó: “Si me hubieran llevado a estudiar, como yo
a ti, te contestaría”. Entonces, le dije yo: ¿Cómo hiciste los huesos y los colocaste,
la pupila, la retina, las orejas que perciben los sonidos? - Es Dios, no tú el
que hace estas maravillas: tu entendimiento, tu voluntad, la facultad de
retener y recordar, con el don de poder amar… En el cuerpo: unos ojos que ven,
unos oídos que oyen, una lengua que expresa lo que piensa…
En este encuentro con
Dios, al morir cada uno ha de presentar el libro abierto con el uso que haya
hecho de esas cualidades espirituales y de los sentidos corporales, que no son
nuestros sino de Dios. Nosotros somos sólo administradores. De ellos rendiremos
cuentas a Dios: si los hemos usado bien o mal.
Ese Dios que nos
juzgará sobre nuestros actos, nos da la luz que ilumina la oscuridad de nuestro
camino, nos ofrece la belleza de nuestro firmamento tachonado de estrellas, el
agua que nos purifica y da nueva vida... los alimentos, la creación entera… ha
puesto a nuestro servicio.
En este encuentro con
Dios al morir le podemos decir: Señor, he usado todo lo que hiciste para mí, he
procurado rendir fruto bueno, quizá no lo he conseguido del todo, pero he
procurado ser fiel a pesar de la debilidad humana, que muchas veces me ha hecho
caer. ¡Gracias por toda obra creadora, Señor, que pusiste para que yo la usara!
Aquí estoy… ante Ti
con el corazón abierto de par en par, sin ocultarte nada. Júzgame según tu amor
e infinita misericordia, y acógeme para siempre contigo, Dame tu abrazo de paz
y de amigo.
Ambrosio Eransus. septiembre 1994
No hay comentarios:
Publicar un comentario